El niño en cuestión presenta un desarrollo normal durante el primer año y medio de vida. Es alrededor de esa edad cuando la mayor parte de los padres comienzan a tener sospechas de que algo “anda mal”. Son madres que han tenido un embarazo y un parto normal. No se han presentado mayores dificultades en la alimentación ni en el desarrollo y la adquisición de los hitos motores, así como tampoco ha habido cambios significativos en lo que respecta al desarrollo de la comunicación y de la relación. Durante este periodo podemos observar como hechos significativos la ausencia en señalar, la ausencia de la mirada conjunta o mirar por pocos segundos y en algunos casos una pasividad no bien definida.
Hacia los 18 meses, los padres comentan que el niño pierde cosas que ya había adquirido, como, por ejemplo, el lenguaje (en casos más comprometidos nunca llega a desarrollarse), no responde cuando lo llaman por su nombre, ni cuando se le da órdenes simples, por ejemplo: “vení”, “tomá”, “dame”.
Tampoco realizan gestos, como saludar con la mano y, además, reaccionan bruscamente ante estímulos ambientales, como ser la bocina de auto, el motor de una moto, un trueno, etc., así como también a la textura de algunos alimentos o de su propia vestimenta.
El niño, además, deja de interesarse por relacionarse con pares, su juego es solitario, muchas veces colecciona objetos y los alinea. El juego se caracteriza por ser rutinario y repetitivo. No utiliza la mirada, su conducta se modifica, se tira al piso, grita, tira objetos, llora, a veces aparecen autoagresiones y heteroagresiones.